El Movimiento Sin Tierra sigue en la lucha
Hace unos días, con motivo de la muerte de Pedro Casaldaliga escribía mi primera entrada en este blog recordando mis dos encuentros con él.
Ahora me llegan noticias de un desalojo violento por parte de la Policía Militar de Brasil, del Campamento Quilombo Campo Grande en Minas Gerais al sudeste de Brasil. En este campamento vivían y trabajaban la tierra, desde hace más de 20 años, 450 familias del Movimiento Sin Tierra (MST) que ahora se encuentran en lucha y resistencia.
Esto me ha hecho recordar el desalojo de otro campamento del MST del que fuimos testigos en 1999 cuando me encontré por segunda vez con Casaldaliga y que quedó plasmado en el video que comparto al final de este escrito y en el capítulo que copio a continuación del Libro de “Los Excluidos”.
Han pasado 20 años pero sigue siendo necesario trabajar duramente para que los excluidos y excluidas del sistema liberal capitalista puedan vivir una vida digna. Y como dicen en su comunicado del 17 de este mes “No podemos callar ante este injusto proceder, donde la ambición sigue siendo el común denominador de nuestras sociedades, afectando sin consideración alguna a los pueblos”
LOS EXCLUIDOS DE LA TIERRA
Brasil es uno de los países más extensos del mundo. Se estima que tiene ochocientos millones de hectáreas cultivables de los cuales doscientos cincuenta millones pertenecen a la Administración Pública y doscientos ochenta y cinco están en poder de los grandes terratenientes.
Aunque la esclavitud fue abolida oficialmente en Brasil en 1888 cada año se descubren bolsas campesinas de servidumbre. Resulta asombroso que en pleno año dos mil un terrateniente brasileño haya sido acusado de retener a doscientos cincuentas esclavos vigilados por pistoleros
El hacendado brasileño Antenor Duarte do Vale, dueño de numerosas haciendas, ha sido acusado por la policía federal de tener presos a doscientos cincuenta hombres en una cárcel construida dentro de una de sus inmensas fincas.
Duarte fue procesado en 1995 por participar en el Estado de Rondonia en una matanza en la que fallecieron nueve campesinos y dos policías, pero fue absuelto por falta de pruebas. En la última ocasión la policía aseguró que existían pruebas para incriminar al terrateniente.
Cuando escribo estas líneas no puedo olvidar que fue el catalán Pedro Casaldaliga el primero en denunciar en 1977 este estado de cosas, por lo que el Obispo de Sao Felix de Araguaia escandalizó al Vaticano y sufrió varias amenazas de muerte. Por eso reencontrarme con él, diecisiete años después, me resultó tan emotivo. Ya no le perseguían los matones a sueldo y pude hacerle una nueva entrevista sin que me detuviera la policía brasileña. Bien es cierto que, en nuestro último encuentro, Casaldáliga me recordó que todavía en 1996, en Eldorado dos Carajás, diecinueve campesinos, mujeres y niños, que reclamaban su derecho a la tierra, murieron a manos de la Policía Militar. Casaldáliga sentenció, clarividente como siempre, “Del triunfo o de la derrota del Movimiento de los San Tierra depende que se haga una auténtica Reforma Agraria en Brasil”.
En su campaña de 1999 Manos Unidas denunció la esclavitud en el mundo y en la del 2000, el mal reparto mundial de la tierra, por lo que viajamos al Estado de Sao Paulo para entrar en contacto con las gentes del MST, uno de los movimientos sociales más importantes de América Latina. El MST está integrado por mujeres, hombres y niños que luchan por tener un pedazo de tierra para sobrevivir.
En Brasil el uno por ciento de los propietarios agrícolas acumulan el cuarenta y seis por ciento del suelo cultivable mientras que, más de veinte millones de campesinos luchan con la esperanza de no quedar excluidos de la sociedad, ni ser los desheredados de la tierra.

EL PATRÓN ME OBLIGO A CORTARME EL PELO
Estuvimos grabando en la Hacienda Piratuba, donde conocimos a Hilda Martín de Souza, una mujer emblemática de las luchas del MST y en la actualidad encargada de la cooperativa porcina.
Hilda, mestiza de madre india tapajó y padre portugués, me contó que a los trece años se fue sola desde Bahía a Sao Paulo para encontrar trabajo como empleada doméstica. Para obtenerlo tuvo que ocultar su origen indígena, olvidar la lengua materna, aprender el portugués y perder su más profunda señas de identidad. “Todavía me produce dolor cuando lo recuerdo -rememoró Hilda-. Yo tenía un cabello muy largo, como todas las mujeres indígenas. El mío llegaba más abajo de la cintura, pero el patrón me obligó a cortarme el pelo para que no se notara mi origen”.
Hilda se unió al Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra desde su nacimiento en 1984. Vivió todas las fases de lucha del MST que se resumen en su propio lema: Ocupar, resistir y producir. “Los Sin Tierra -especificó Hilda- ocupamos propiedades rurales que no están produciendo, inmensos latifundios dedicados exclusivamente al pasto de los ganados de los terratenientes. Viví dos años en una barraca de plástico y sufrí trece desalojos. En uno de ellos un niño murió en mis brazos. Hacía mucho frío, había mucha humedad y le dio una neumonía, El otro hermano murió a las cuatro de la madrugada en los brazos de la madre. Cogí al niño e intenté romper el cerco pero la policía no nos dejó salir ni para llevar a las criaturas al médico. La gente lloraba en aquella noche de sufrimiento. Después de dos años conquistamos la tierra. Fue una lucha conjunta y, por lo tanto, decidimos que nunca íbamos a dividir las tierras. Tuvimos siempre claro que si dividíamos la tierra estaríamos dividiendo la lucha. Y, hoy en día, estas tierras todavía son colectivas”.
Una vez ocupadas las tierras, habiendo resistido en ellas durante años, la tercera fase es la producción. Los momentos iniciales del asentamiento de las familias son difíciles, hasta que recogen las primeras cosechas.
Recorrimos parte de la Hacienda Pirituba de 8000 hectáreas, y comprobamos como, tras catorce años de lucha, habían creado cooperativas lecheras y agrícolas que daban de comer a dos mil personas.
En las huertas las manos de las mujeres parecían acariciar la tierra que les daba de comer. En sus dedos podía verse el sencillo anillo de cáscara del coco de la palmera Tucúm. Ese anillo, fabricado artesanalmente por los tapirapé y carajá, era el aderezo antiguo de los pueblos indígenas que pasó a ser, a partir de los procesos de liberación de América Latina, el símbolo de la alianza con la causa indígena y las demás luchas populares. Durante la Dictadura Militar llevar ese anillo era motivo suficiente para ser detenido.
Nos mostraron también las sencillas y dignas viviendas que habían construido en el asentamiento para aquellos que durante años no tuvieron ni tierra, ni techo ni nada. Visitamos la vivienda de María Antonia Macedo que, junto con su familia, estuvo un año en una barraca y sufrió once desalojos. “Cuando llegamos aquí -señalo María Antonia- no tuvimos que pagar nada durante dos años. Luego compramos la casa con el maíz que conseguimos cultivar. Tardamos doce años en obtener la vivienda a cambio de seiscientos kilos de maíz”.
Antes de abandonar la Hacienda Pirituba pasamos por la cooperativa porcina para despedirnos de Hilda que estaba preparando comida caliente para quienes llevaban veinte días de ocupación en la Hacienda Río Verde de Itararé. Hilda levantó la tapa de una gran olla y me enseñó orgullosa lo que estaba cocinando en apoyo y solidaridad con la lucha del campamento: “Todo lo que hay aquí está producido por nosotros: el arroz, los frijoles y las salchichas. Todo ha salido de nuestro trabajo en este asentamiento”.

MATAR EL HAMBRE DEL PUEBLO
Cuando llegamos al campamento pude comprobar la dureza pero sobre todo la grandeza de la lucha de Los sin Tierra. La hacienda estaba tomada por familias que habían instalado allí sus barracas montadas sobre cuatro estacas y unos plásticos negros. “Es muy difícil esta lucha -me comentó un campesino- Estamos debajo de las lonas y los plásticos, con los niños enfermos. Hay que tener mucho coraje para enfrentarse a una situación así. Si no se tiene resistencia se abandona porque esta lucha puede durar años. Pero fuera del MST se sufre todavía más porque no hay empleo y el gobierno no ayuda.”
Me impresionaba profundamente pensar que había sesenta mil familias más repartidas en campamentos diseminados por toda la geografía brasileña, con la incertidumbre de saber si el poder judicial legalizaría o no su situación.
Me fijé en una larga fila de personas que esperaban su ración de arroz y frijoles y me llamó especialmente la atención la mirada de Lourdes Santos, en cuya geografía facial podían verse los surcos, la erosión y la dignidad marcados en el rostro de los Sin Tierra: “Los que estamos en el proceso de ocupación subsistimos gracias al apoyo de los que están en los asentamientos – aclaró Lourdes- Nos traen alimentos para atender las necesidades de las madres que vienen con niños pequeños y para todos los que están con hambre y no tienen comida. Los de los asentamientos son los primeros que se preocupan de nosotros. Montan cocinas comunitarias para matar el hambre del pueblo”.
En la realización o no de la Reforma Agraria está en juego la concepción misma del país y la sociedad brasileña. Luis Carlos Román, perteneciente a la Dirección Regional del MST fue muy explícito: “Al final de la dictadura militar, en la década de los setenta, surgió el MST, haciendo una lucha organizada de ámbito nacional, con tres objetivos bien claros y definidos: la lucha por la tierra, la lucha por la Reforma Agraria y la lucha por la transformación de la sociedad”.
Además del arroz y los frijoles los Sin Tierra habían sacrificado una vaca de la hacienda ocupada que se estaban comiendo al más puro estilo campestre, asada sobre troncos en improvisadas parrillas. Conscientes de que les esperaban meses de hambrunas organizaron una pequeña fiesta cantando el himno del MST y repartiendo espetones de deliciosa carne churruscada que compartieron con los miembros del equipo de TVE
Entre los campesinos destacaba un hombre negro, alto, de barba blanca, grandes ojos y un distinguido aspecto físico, aunque la manta que le cubría delataba su absoluta pobreza. Andrés dos Santos era un excluido de la sociedad urbana, que había vivido durante años debajo de los puentes de la ciudad de Sao Paulo, arropado por cartones y una manta. “A la lucha de los Sin Tierra -aclaró Andrés- se están uniendo también los Sin Techo. El MST nos ha devuelto la esperanza de luchar por algo a quienes vivíamos en la marginalidad de la gran ciudad, sin tener dinero tan siquiera para poder alquilar una habitación. En la gran ciudad la pobreza es aún más sórdida que en el campo”.
A media mañana llegaron noticias desde Itararé de que la policía estaba dispuesta a desalojar la Hacienda Río Verde. Se produjo un momento de mucha tensión, el Coordinador Regional del MST, Delwek Matheus, declaró desafiante: “Quiero ver si la policía procesa a mujeres, niños, ancianos y hombres que han matado a las vacas porque tenían hambre”.
Matheus convocó a los Sin Tierra para explicarles el punto en el que se encontraba la situación. Mientras el militante del MST hablaba hice una presentación de esas que tienen fuerza porque reflejan un momento vivo e irrepetible. Emilio Polo me encuadró en el ángulo derecho de la ventanilla de la cámara y en el izquierdo compuso la imagen con un mar banderas rojas del MST que ondeaban al viento. Justo detrás de mí, en primer término, estaba un campesino con el torso desnudo y la hoz sujeta en alto y apoyada en su cintura. La imagen era impactante porque aquellas hoces, que eran instrumento de trabajo para segar mieses y hierbas, se convertían simbólicamente en objetos de posible defensa. Las hojas aceradas y curvas, de dientes agudos y cortantes por la parte cóncava, adquirían una dimensión absolutamente amenazante.
Recordé las imágenes de las luchas campesinas de 1900 recreadas magistralmente por Bernardo Bertolucci en la película “Novecento” y también vinieron a mi memoria las fotografías en blanco y negro que el maestro Sebastiao Salgado había captado en los momentos siempre dramáticos de la invasión de una hacienda. Y ahora me encontraba allí, viviendo en directo un momento único, exponente de la fuerza profunda, la capacidad de lucha y resistencia y la rebeldía ante la injusticia de los Sin Tierra. Como en otros momentos, vividos desde la más absoluta pasión y compasión, en el sentido de acompañar a los otros, sentí que todo se me removía por dentro, identificada como estaba con aquellos ideales y creencias. Como tantas veces he dicho me sentí “guerrilerra de la palabra” con las cámaras, los micrófonos que doy a los que no tienen voz y mi propia voz unida a la de los que no la tienen.
TIERRA, MAÍZ, ARROZ Y FRIJOLES
Llegó Vanda Rodríguez de la Dirección Estatal del MST y trajo malas noticias: “Están dispuestos a desalojar violentamente -aseguró la militante del MST- dicen incluso que van a bombardear…”
Charo me miró con cierta expresión de alarma como quien pensaba que estábamos allí para reflejar el apoyo que Manos Unidas ofrecía al MST, financiando una de sus escuelas, pero que no habíamos llegado hasta allí para hacer periodismo de guerra. Traté de suavizar la situación diciendo que me parecía un poco alarmista la información, aunque yo misma había sufrido años atrás la brutal violencia de la policía brasileña…
Vanda dirigió a los campesinos y empezó por no olvidar en sus consignas el papel de las mujeres: “Lo más importante en la organización del Movimiento Sin Tierra es el pueblo, es el militante, es aquel que aprende en el día a día que la lucha es una necesidad básica para que podamos hacer la transformación hacia una sociedad más justa. Vanda terminó vitoreando con el puño en alto: “Mujer consciente la lucha por delante”.
Las malas noticias del posible desalojo violento se habían difundido rápidamente y a las puertas de la hacienda empezaron a llegar periodistas brasileños a quienes las autoridades locales no permitieron entrar porque se esperaba la visita de un representante del Gobierno. Con todo derecho mis colegas empezaron a protestar desde la valla que cercaba la hacienda. Supuse que, en plena democracia, la policía quiso guardar las formas y no se atrevió a “desalojar” a un equipo de televisión que podía transmitir “mala imagen” en el extranjero de un Gobierno presidido por Fernando Enrique Cardoso, que fue hombre de izquierdas y Catedrático de Sociología en la Sorbona de Paris, y al que no podía negársele el mérito de haber tenido el coraje, cuando llegó a la Jefatura del Estado, de reconocer que en Brasil todavía había esclavos.
Cuando el representante del Gobierno llegó a la Hacienda y advirtió nuestra presencia no pudo evitar un gesto de contrariedad. No obstante, se prestó a que le hiciera una entrevista en la que me habló muy extensamente, y con mucha diplomacia, sobre el complejo tema de las tierras en Brasil.
El responsable máximo del INCRA (Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria) se dirigió a los campesinos que tenían sus hoces proyectadas contra el cielo. Gilmar Viana, Director de Conflictos Agrarios, fue muy explícito: “Sólo hay dos alternativas: o expropiar e indemnizar, o comprar. Si la tierra resulta improductiva pueden tener la certeza de que el INCRA discutirá en la justicia, pero si la tierra es productiva sólo podemos comprar a los dueños de las haciendas si ellos quieren vender. Si es así el Gobierno aceptará el compromiso de comprar”.
Finalmente, para evitar un desalojo violento, los dirigentes del MST decidieron levantar el campamento. Se produjo un momento de profunda tristeza y una celebración impregnada de misticismo. Fue una auténtica comunión con la Madre Tierra. Uno de los campesinos empezó a repartir entre los congregados granos de maíz, arroz y frijoles. Los Sin Tierra tenían extendidas las manos, en las que el compañero depositaba aquello por lo que luchaban: la tierra y las semillas. Charo y yo, que también estábamos profundamente emocionadas, recogimos unos cuantos granos que guardo en mi casa junto con arena del desierto, donde en otros momentos de mi existencia he vivido situaciones límite, de esas que te dejan marcada para siempre.
Por indicación de los dirigentes del MST todas las familias empezaron a desmontar el campamento para que los representantes del Gobierno pudieran hacer el estudio y decidieran si las tierras eran o no productivas.
Mientras recogía las ropas de su bebé y desmontaba los plásticos de su tienda, Maria Aparecida da Silva enumeró: “Con éste son ya cinco los desalojos que he tenido que hacer en un sólo año”.
Desocuparon el área y se llevaron sus escasas pertenencias en un camión y varios tractores. Salieron de la hacienda y se situaron a pocos kilómetros en un pastizal. Los hombres empezaron rápidamente a montar de nuevo las barracas, pero muchos no tuvieron fuerzas para rehacer las tiendas tras aquel intenso día lleno de amenazas, inquietudes y tensiones.
Como estaba oscureciendo quemaron las hierbas para espantar a las serpientes. Las mujeres con niños pequeños permanecían con ellos en los brazos, acurrucadas junto a sus míseras y escasas posesiones. El panorama era desolador. Todos sabían que les esperaba un duro camino por recorrer.
Las mujeres más jóvenes y fuertes contribuían a cavar agujeros y clavar los palos en ellos. Cuando algunos ya tenían montada la tienda llegaron emisarios de la finca cercana para informarles que aquel terreno tenía dueño y no podían instalarse en el. Puesto que ya habían desalojado pacíficamente la hacienda invadida, decidieron marcharse también de allí para evitar conflictos innecesarios con la policía. Casi todos ellos durmieron aquella noche a la intemperie.
A la mañana siguiente se instalaron en la carretera, en terreno de nadie. Mientras nos íbamos le pedí a Emilio que hiciera desde el coche un travelling para terminar el documental con aquellas imágenes estremecedoras: mujeres, niños, hombres, macilentos, ateridos, con el sufrimiento de siglos marcado en el rostro. Cuando llegué a Madrid, en la sala de edición sobreimpresioné dos imágenes para terminar el programa que titulé “La lucha por la Tierra” de mi serie “Los Excluidos”.
La secuencia final era aquel recorrido por las barracas, los agujereados techos de negros plásticos deteriorados por las lluvias y el implacable sol, los niños correteando descalzos y semidesnudos por la carretera, el trasiego de quienes montaban aquellas improvisadas tiendas para protegerse del viento, la lluvia y las inclemencias de la naturaleza en suma. Superpuse a esas imágenes la de Lourdes Santos en un primerísimo plano componiendo con la acerada hoja de la hoz. Aquel rostro, marcado por el sufrimiento, pero también por la firme resolución de combatir la injusticia, era, en su profunda dignidad, la representación más elocuente de los Sin Tierra.
Visionaba una y cien veces aquellas imágenes para darles el ritmo y la cadencia precisos para que, en apenas unos minutos, transmitiesen al espectador la intensa experiencia que yo había tenido el privilegio de vivir en directo. Era mi forma de hacer algo por los SinTierra. La lucha de ellos era mucho más larga, tendrían que esperar meses, quizá años, pero sabía que resistirían allí, al borde del camino, hasta poseer la tierra, y aquella certeza me producía una íntima y profunda alegría de vivir…”
(Texto extraído del libro “Los Excluidos” Editorial RBA. Año 2000)
El documental está grabado en El Salvador, Guatemala y Brasil. Presenta el injusto reparto de la tierra, sus consecuencias y la lucha de distintas organizaciones, como el MST- Movimiento de los Sin Tierra de Brasil (a partir del minuto 28)
Los siguientes textos están publicados en Facebook, en la página de Denis Wilson y de Isidoro Moreno Navarro
No hay nada más subversivo que los/las trabajadores diciendo: de aquí no salimos, esta TIERRA es NUESTRA.
Nuestra solidaridad con las familias del Quilombo Campo Grande, que desde ayer se resisten valientemente a las atrocidades de una policía cobarde, criminal e inhumana.
NUEVO desgobierno está promoviendo bárbaramente una masacre. ¡Nuestro llamamiento es por el derecho a la vida digna!
DespejoNão #ZemaCovarde #QuilomboResiste
. CARTA ABIERTA DE LOS ESTUDIANTES DE LA MAESTRÍA EN TEOLOGÍA LATINOAMERICANA DE LA UCA-EL SALVADOR EN APOYO A QUILOMBO CAMPO GRANDE.
Desde muchos rincones de América Latina a 17 de agosto de 2020
Compas, sociedad civil, organizaciones e instituciones:
Expresamos nuestra solidaridad con las familias del Campamento Quilombo Campo Grande en Minas Gerais al sudeste de Brasil, por el acoso, desalojo violento, destrucción de cultivos y de la Escuela Popular Eduardo Galeano, por parte de la Policía Militar, del judiciario y del gobierno de Romeu Zema, desde el 30 de julio; además de las detenciones arbitrarias hacia las personas que han levantado la voz ante esta injusticia.
Desde hace más de 20 años estas familias están en lucha y resistencia, en la salvaguarda de sus tierras, las cuales han sido trabajadas para la producción de diversos cultivos, entre ellos el reconocido café Guaií.
Rechazamos rotundamente el abuso y la opresión. No podemos callar ante este injusto proceder, donde la ambición sigue siendo el común denominador de nuestras sociedades, afectando sin consideración alguna a los pueblos.
Les invitamos a hacer eco de los que históricamente han sido silenciados. Y en palabras de uno de nuestros compañeros parte de este movimiento:
[…] Como diría nuestro obispo Pedro Casaldáliga: en amor, fe y revolución no hay neutralidad que sea posible.
La iniquidad de los grandes no debe derribar nuestros ánimos, sino radicalizar nuestra opción por los débiles y pequeños que hacen enojada nuestra esperanza.
Unamos medio muertos, derrotados y fracasados que somos… juntos podemos tener más muertes, derrotas y fracasos que ellos. Pero juntos también tenemos más vida, lucha, firmeza y coraje”
Escribimos con la convicción de que otro mundo es posible, desde abajo y en los últimos de nuestra sociedad, compañeros y compañeras todos.
La Escuela Popular Eduardo Galeano del Quilombo Campo Grande, en Minas Gerais (Brasil), ha sido destruida por la Policía Militar dentro del operativo de expulsión de las 450 familias que formaban el campamento del MST (Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra) que cultivaban la tierra desde hace 22 años, produciendo ecológicamente. La salvaje acción, que se extendió durante 60 horas utilizando gases lacrimógenos, forma parte de la ofensiva del gobierno Bolsonaro y de los grandes oligarcas brasileños contra las clases populares y los pueblos indígenas. Intelectuales de dimensión mundial como Noam Chomsky, Vijay Prashad y otros, así como muchos colectivos y organizaciones, se han solidarizado con las víctimas y condenado estos acontecimientos. Me uno a la indignación y a la condena.
Un comentario en “Los excluídos de la tierra – MST”
Es una historia muy vieja que lamentablemente no cambia con los años, incluso se agranda.El poder del capital cada dia es mayor y los desheredados de la tierra solo tienen las armas de su resistencia… Con Bolsonaro al frente Brasil funciona tan mal o peor que en tiempos de la dictafura… y los dueños del mundo se frotan las manos.
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