Hace unas semanas una buena amiga ha sufrido un accidente que la ha mantenido un tiempo inmovilizada, y aunque no es persona que se aburra porque siempre anda metida en mil ideas y proyectos, la invite a que viera la serie de “Mujeres de América Latina” que está en la plataforma de RtvePlay, plataforma que es gratuita y que recomiendo a todo el mundo porque tiene unos magníficos contenidos.
Con este motivo, y para poder conversar con mi amiga, yo también he vuelto a ver toda la serie que este año está de aniversario: 30 años hace que grabamos esos programas.
Mi sorpresa ha sido que al verlos todos y también comentarlo con mi amiga, compruebo que los temas que tocaba siguen siendo hoy de rabiosa actualidad- Avanzamos, pero poco.
Lo pueden comprobar. Comparto uno de ellos: “Ser Madre en América Latina”. Quizás sea un poco fuerte para algunas personas, pero ahí está. Hablo de losvientres de alquiler, del aborto y del derecho de las mujeres a elegir libremente… de las mujeres que tienen que abandonar sus hogares, sus hijos para ir a cuidar a los hijos e hijas de otros en cualquier lugar del mundo…
Impresiona que después de 30 años y que, en un país como Estados Unidos, después de haber estado permitido el aborto, hoy en muchas de sus ciudades, las mujeres tengan que seguir jugándose la vida y encontrar en algunos casos la muerte, por este derecho que se les ha quitado.
Esto, y otras cosas, me hacen sentir que no podemos dejar de luchar por nuestros derechos. Como tantas veces he dicho, las mujeres somos la mitad de la humanidad, por lo tanto queremos las mitad de la tierra y la mitad del poder político.
Si ven el programa, me encantaría saber su opinión. Gracias
En 1984 viaje a Nicaragua llevada por la admiración hacia la revolución que se había dado en ese pequeño país centroamericano que fue capaz de vencer la dictadura de 42 años con Somoza y hacer una revolución con el pueblo y para el pueblo.
En el documental que realice: “Nicaragua:la revolución cercada” para la serie de “Los Marginados”, de TVE, tuve la oportunidad de entrevistar a Ernesto Cardenal en su idílica isla Macarrón en el archipiélago de Solentiname. Llevaba a cabo un bellísimo proyecto con los campesinos de la isla que pasaron a convertirse en unos innegables artistas. Pude entrevistar a su hermano Fernando Cardenal, Ministro de Educación durante el gobierno sandinista y que orgullosamente afirmaba: “el 23 de agosto de 1980, Nicaragua fue declarado territorio libre de analfabetismo”. En Jalapa acompañe a visitar un hospital al entonces Presidente de la Junta Nacional Daniel Ortega, hoy irreconocible en sus ideas dada su deriva autoritaria. Me emocioné con la política de generosidad aplicada por Tomas Borge, secuestrado y torturado por la guardia somocista y sin embargo capaz de visitar y perdonar a sus torturadores, apresados y en la cárcel pero una prisión muy lejos de la que él tuvo que soportar. Ernesto Cardenal afirmaba que “revolución y amor es una misma cosa”. Los sandinistas que tomaron el poder en 1979 daban testimonio de ello.
Todo esto está grabado en el programa citado, como también uno de los momentos más importantes que he vivido como periodista: la emboscada que sufrimos cuando íbamos en un comboy para reunirnos con Daniel Ortega. Allí viví lo muerte en directo: los primeros convoyes fueron tiroteados y algunos de los compañeros sandinistas asesinados. Los periodistas nos salvamos por ir en los últimos coches.
En 1990 volví a Nicaragua, para contar su historia a través de sus mujeres. Estaba realizando “Mujeres de América Latina”. Una de mis serie más valiosas para mí. Entrevisté entre otras a Dora María Téllez, la mítica guerrillera que intervino en el asalto al Palacio Nacional, la comandante número dos que posibilitó el canje de los diputados somocistas tomados como rehenes por presos políticos sandinistas. Todo esto y más lo cuento en el documental “Nicaragua: del rojo al violeta”
Nada me hacía suponer que aquella mujer, figura clave del sandinismo, pudiera estar hoy en la cárcel acusada de conspiración junto a otras compañeras que también lucharon por la revolución: “Esperanza Sánchez, Karla Escobar, Julia Hernández, Cristiana Chamorro, Violeta Granera, Tamara Dávila, Suyén Barahona, Ana Margarita Vijil, Fernanda Flores, María Oviedo, Nidia Barbosa, Evelyn Pinto y Samantha Jirón. 14 mujeres entre las más de 170 personas encarceladas por pensar y ejercer su derecho a la libertad de pensamiento, expresión y organización y demandar justicia”.
La deriva autoritaria del gobierno de Daniel Ortega ha conducido al exilio a personas como Sergio Ramírez y Gioconda Belli
Hoy me uno a la llamada que hacen desde la Tribuna Internacional Feminista y exijo la liberación no solo de Dora María Téllez sino de todas las presas políticas que tan injustamente están detenidas en Nicaragua.
¡¡ Vivas y libres las queremos !!
Primera parte del Manifiesto de la Tribuna Feminista por la Libertad de las presas políticas en Nicaragua
Segunda parte del Manifiesto de la Tribuna Feminista por la Libertad de las presas políticas en Nicaragua
Durante estos últimos días y desde que los talibanes entraron en Kabul mucho se ha escrito y dicho sobre la situación de Afganistán. Algunas cosas muy bien dichas y con la autoridad de quienes han estado en el terreno y conocen de primera mano el país y la vida de sus gentes. Sin menospreciar ninguno de los trabajos de mis colegas, quiero señalar aquí dos de ellos en diferentes medios:
Primero el documental realizado por mi compañera de TVE, Pilar Requena para el programa En Portada: “Afganistan, más allá del burka”. Cuenta la vida del país a través de distintas mujeres entrevistadas. Y acaba Pilar en la introducción que hace en la web de RTVE: “Todas las mujeres con las que hemos hablado, desde la analfabeta hasta la licenciada universitaria, desde la pobre a la pudiente, han dejado claro que no quieren que vuelvan los talibanes y que no van a permitir que sus derechos sean moneda de cambio en unas futuras negociaciones con los insurgentes. Tienen claro que no quieren volver a la prisión del burka, que sólo deja ver el mundo a través de una rejilla. Quieren ver el mundo sin barrotes ni rejillas. Y están dispuestas a luchar para conseguirlo”.
Este programa fue realizado en el año 2006 y vuelto a emitir en TVE el pasado 8 de junio por seguir de rabiosa actualidad y por intuir, como muchas de las personas que conocen el país, lo que podía pasar en un futuro próximo y de lo que, por desgracia, estamos siendo testigos en estos días.
El segundo de los trabajos que quiero resaltar corresponde a un diario digital: elDiario.es y está escrito por Olga Rodríguez, “El cinismo ante Afganistán”. Olga conoce bien Afganistán, su historia y sus complejidades y esto lo recoge en este esplendido artículo que les recomiendo para entender mejor lo realidad actual. Quiero centrarme en una de las afirmaciones que hace Olga. “En 2019, dieciocho años después de la invasión y ocupación estadounidense de Afganistán, justificada por muchos porque iba a «liberar a las mujeres», Estados Unidos inició una negociación con los talibanes, excluyendo la presencia de mujeres en las reuniones y sin poner encima de la mesa la necesidad de luchar contra la violencia machista a través de medidas legislativas.
En ese momento diputadas y activistas afganas exigieron participar, pero Washington las mantuvo fuera en los primeros encuentros. «Están negociando a puerta cerrada, sin transparencia, los talibanes quieren aplicar la sharia, estamos muy preocupadas»,….El cambio de Gobierno en Washington no ha significado una modificación en los planes. El presidente Joe Biden apostó por proseguir con lo trazado por el Gobierno de Trump: negociación con los talibanes y retirada de tropas”.
Al leer esto pensé en esas mujeres a las que Pilar entrevistó y de las que entonces, en 2006, decía “no van a permitir que sus derechos sean moneda de cambio en unas futuras negociaciones con los insurgentes” y estaban dispuestas a luchar por no volver a ver el mundo tamizado a través de burka.
“Ellas son, sin duda, en medio de la desesperanza de la violencia y el sufrimiento, la esperanza de Afganistán” decía Pilar en la entradilla de su programa. Hoy viendo los sucesos, las imágenes y los relatos de quienes aún están en Afganistán, una profunda pena, dolor y rabia me invaden.
Pienso en el programa que realicé hace ya 35 años y que recogí en mi primera serie de “Los Marginados”: “Refugiados afganos y guatemaltecos”. Ahora lo he vuelto a visionar y me parece premonitorio. Las mujeres tenían un estricto sometimiento a los hombres. Hacían la vida hacia el interior en las casas. Los hombres gestionaban los recursos y eran los que iban al mercado… Este programa principalmente realizado con refugiados afganos nos muestra una vida miserable donde apenas tienen que comer, usan queroseno y se mueven con mulos…. Todo esto seguro que ha evolucionado, sin embargo, lo que no ha evolucionado ha sido la vida de las mujeres, el sometimiento y la invisibilidad a la que son condenadas.
En estos últimos años habían conseguido algunos logros que con toda seguridad van a perderse. No podemos dejarlas solas. No se trata sólo de acoger a quienes pueden y tienen la suerte de salir del país. La mayoría se van a quedar allí y volverán a vivir como mercancía que pasa de mano en mano de los hombres, sin ningún poder de decisión: el padre buscará al marido y el marido decidirá sobre su vida.
Entonces, hace 35 años, terminaba el documental diciendo que “durante siglos el pueblo afgano se ha significado por su lucha encarnizada contra los invasores… Están dispuestos no sólo a luchar sino a morir por Alá”.
Hoy estamos en un mundo global, interrelacionado… Nos deberíamos preguntar como se financian y quién surte de armas a los talibanes. En aquel momento tuve en mi mano una pistola Star Echevarria fabricada en Eibar, España. Deberíamos exigir a nuestro país, a Europa no reconocer ni negociar con los talibanes si no respetan los derechos humanos, sino respetan las vidas de las mujeres.
Posiblemente todo cambie para que todo siga igual: las mujeres seguirán viviendo en las cárceles del burka y de sus casas, viendo el mundo que ellos, los hombres, les van a dejar ver, para ellas un mundo de dolor y confinamiento. Las grandes multinacionales y corporaciones militaristas seguirán engrosando sus arcas con el negocio de la guerra, seguirán negociando con el dolor, el sufrimiento y la muerte de muchas personas y esto lo harán lejos de Afganistán, en cualquier despacho de cualquier rincón del planeta donde se encuentre una de las grandes potencias.
Pobreza, dolor y muerte para las mismas de siempre.
A lo largo de mi trayectoria profesional, toda ejercida en TVE, he tenido que bregar con bastantes impedimentos, muchas veces en una gran soledad, pues aunque siempre he ido acompañada por un equipo técnico, era yo quien marcaba los destinos y los temas que grabábamos, muchas veces peligrosos por ser en zona de conflicto, otros eran lugares paupérrimos porque íbamos a denunciar las injusticia que se cometían con una gran parte marginada y excluida de la sociedad, casi siempre en lugares aislados, solitarios y en las antípodas de los “paraísos cercanos”. Esto a veces era motivo de roces y conflictos porque los equipos técnicos no estaban implicados ideológicamente, por no hablar del conflicto continuo de ser una mujer la directora
He tenido que luchar por conseguir aquello que quería, y lo he hecho durante 35 años en “la Casa”, como llamábamos antiguamente a TVE. Durante ese tiempo toda mi fuerza y mi energía la empleé en sacar adelante mi trabajo. He intentado ser altavoz de los grupos más excluidos que tenían voz pero no les dejaban hablar y, siempre que he podido he facilitado el espacio para que ellos su propia voz, especialmente ellas, porque desde el primer momento sentí que la mujer era y es el sur de todos los nortes, cómo tantas veces he repetido. Desde el primer momento vi, que detrás de un campesino marginado había una mujer doblemente marginada por su condición de mujer y campesina, que detrás de un negro pobre marginado había una mujer triplemente marginada por su condición de mujer, pobre y negra… Y a denunciar esto he dedicado todos los años de mi vida profesional.
Nunca fui consciente de que, sin yo saberlo, estaba sembrando el germen del periodismo y el feminismo en muchas personas, sobre todo en muchas mujeres. Ha sido ya en mi edad madura, siempre fuera de TVE, cuando he recibido el cariño y el reconocimiento por todo lo realizado a lo largo de mi trayectoria.
Al final del Congreso y en una Gala realizada en el Teatro Calderón, reconocieron el trabajo realizado por algunas mujeres como defensoras de los valores democráticos y la memoria histórica. Entre ellas me encontraba yo. No pude asistir al acto, ya me hubiera gustado, pero envié un video de agradecimiento con unas breves palabras, que ahora comparto.
Además de esto, Dunia Etura (Universidad de Valladolid) disertó sobre: «La importancia de la televisión en la difusión del feminismo en la Transición española».Hizo un análisis del veterano programa “Informe Semanal” del que fui subdirectora en sus comienzos, y habló largamente de mi trabajo en favor del feminismo. La intervención de Dunia puede verse en el siguiente video.
He de confesar que, ahora, visto en la distancia y ya retirada desde hace años de la televisión, me conmovió profundamente ver el trabajo realizado y la influencia que tuvo en su momento y de la que yo no había sido consciente.
Mi más profundo agradecimiento a Dunia Etura, a Asunción Esteban, a la Universidad de Valladolid y a todas las personas que me hicieron sentir que mi trabajo, mis momentos de soledad y dureza a lo largo de mi profesión no habían sido en vano
“Mujeres del alma Mía” es el título del último libro de Isabel Allende que acabo de leer. Me encanta como escribe esta mujer sobre temas tan fundamentales y candentes como los que aborda en esta obra. Hechos importantes y profundos escritos de manera ágil y cercana. Narra algunos de las realidades que estamos viviendo en nuestra sociedad, sobre todo ese 50 % de la humanidad que normalmente pasa desapercibido: las mujeres
Partiendo de su experiencia personal y con esa chispa de humor característica de sus escritos, Allende va pasando por las violencias y por la realidad de tantas y tantas mujeres en el mundo. Las que ella y su madre se encontraron, a pesar de estar en una condición privilegiada solo por el hecho de ser mujer. Una mujer que no es nada si no tiene a su lado un varón, ya sea el padre, el hermano y por supuesto el marido que valide todo lo que ella hace.
Una gran novelista, bajo mi punto de vista al menos, como es Isabel Allende se vio minusvalorada al principio de su carrera en un mundo ocupado por los hombres, el mundo de los escritores latinoamericanos. Los años han pasado y nadie puede negarle su propio espacio ganado a pulso a lo largo de toda su obra. En esta última habla de las mujeres de su vida, y también de las dificultades y las oportunidades de las mujeres mayores, como ella en esta etapa de su vida, y de las brujas buenas como dice el subtítulo del libro.
Allende escribe sobre la violencia que se ejerce contra las mujeres. Dice “ La violencia contra las mujeres es universal y tan antigua como la civilización misma. Cuando se habla de derechos humanos, en la práctica se habla de derechos de los hombres. Si un hombre es golpeado y privado de libertad, es tortura. Si lo mismo soporta una mujer se llama violencia doméstica y todavía en la mayor parte del mundo se considera un asunto privado. Hay países donde matar a una niña o una mujer por una cuestión de honor ni siquiera se denuncia. La organización de las Naciones Unidas calcula que 5000 mujeres y niñas son asesinadas anualmente para salvar el honor de un hombre o una familia en Oriente próximo y Asia del Sur…. Según las estadísticas, en Estados Unidos una mujer es violada cada seis minutos…. Y cada 90 segundos una mujer es golpeada…. esta violencia es inherente a la cultura patriarcal, no es una anomalía. Es hora de que le llamemos por sus nombres y la denunciamos”.
Y hasta aquí mi comentario sobre el libro de Isabel Allende que invito a leer y que me ha encantado porque he visto reflejado en él muchos de los principios que he mantenido y defendido a lo largo de toda mi vida y mi trabajo en televisión española.
También he podido ver recientemente la película The Glorias, sobre la vida de la feminista y activista Gloria Steinem. No voy a hacer de spoiler de esta película que les invito a ver encarecidamente. Es la vida de una mujer dedicada a la lucha por el feminismo y por la igualdad no solamente de las mujeres sino también de las minorías excluidas y silenciadas: Las indias americanas, las asiáticas americanas… Una mujer que, para muchas de nosotras feministas españolas, fue un referente en los primeros momentos del feminismo en España.
Y traigo estos dos hitos tanto el libro de Isabel Allende como la película de “The Glorias” en las vísperas de un 8 de marzo muy especial, difícil para hacer oír nuestras reivindicaciones, pero… cuando fue fácil que la voz de las mujeres se pudiera oír?
La pandemia nos ha recluido a todos, y principalmente a todas en nuestros hogares, pero tenemos que esforzarnos y unir nuestras voces para seguir luchando por todo aquello que todavía queda por conseguir.
Como dice Gloria, primero en su libro y luego en la película, : “No podrán callarnos, no podrán controlarnos. Lucharemos por un mundo en el que todos los países estén conectados… Estamos creando conexiones, no jerarquías”. Y como ella, yo también afirmo: “Estoy viendo una ola de energía que no había visto en mi vida”
Mujeres del alma mía, las que nos precedieron y las que vendrán: por ellas, por nosotras, por todas: este 8 de marzo tiene que ser más reivindicativo que ninguno. Porque sin nosotras se para el mundo
Carmen Sarmiento
Nota. Publicado el 1 de marzo del 2021 en el Blog Al Final del Túnel, de la Fundación Luz Casanova
El pasado día 13 Taleb Alisalem del periódico digital ECSaharaui señalaba: “Estalla la guerra en el Sáhara Occidental, Marruecos rompe el alto el fuego. Esta mañana el ejército de ocupación marroquí abrió dos brechas en el muro e intentó salir para atacar a los civiles saharauis que desde hace 24 días protestan de forma pacífica en El Guergarat, en respuesta a este acto y como lleva advirtiendo varios días la RASD, el ejército nacional saharaui intervino rápidamente en defensa de los civiles y respondió con fuego.”
Durante estos días los saharauis han ocupado unas pequeñas líneas en algunos medios de comunicación, pero el gran problema de este pueblo sigue siendo ignorado y silenciado principalmente en los principales medios de comunicación españoles.
En 1986 estuve en los campamentos de Tinduf. Se celebraban los 10 años de la creación de la República Árabe Democrática Saharaui. Fue una celebración emocionante y un despliegue de fuerzas extraordinario en el que participaron también las mujeres saharauis que, en pie de igualdad, luchaban con los hombres reclamando la independencia de sus territorios.
Ahora, como muestra la fotografía compartida en Facebook por Násara YS las saharauis se preparan militarmente para echar a los marroquís de sus tierras.
Desde que el 27 de febrero de 1976 se creara la República Democrática Árabe Saharaui se han convertido en un pueblo en el exilio, en una nación sin patria.
En estos momentos los saharauis están sufriendo un doble confinamiento: no solo padecen los terribles efectos de la pandemia que nos afecta a todos sino que también llevan 45 años confinados en los campamentos y 29 a la espera de la celebración de un Referéndum.
Ahora, con la ruptura del alto el fuego por parte de Marruecos, la situación se ve aún más complicada. España no puede ser ajena a este conflicto en el que ha estado implicada durante tanto tiempo.
Comparto el documental que realicé en 1986 pero que desgraciadamente sigue siendo de rabiosa actualidad.
En estos días estamos escuchando reiteradamente las noticias sobre el comienzo del curso en distintas partes, no sólo de España sino también de otros lugares de Europa. Apenas se han abierto las aulas y algunas han de cerrarse por motivo de algún contagio a causa del coronavirus. Los alumnos han de volver a sus casas. Y pienso en Sara, Katy, Jacqueline… mujeres emigrantes que viven en esos barrios ahora estigmatizados por ser los que más contagios tienen: Usera, Carabanchel… Ellas son mujeres trabajadoras, que necesitan salir de sus casas para poder traer el sustento: unas casas pequeñas donde se hacina toda la familia, no tienen wifi, no tienen ordenador… No tienen con quien dejar a sus hijos ni cómo hacerles el seguimiento… Sólo son ellas y la sororidad que se da entre estas mujeres. Las ayudas prometidas por el gobierno tardan en llegar, pero todos los días han de comer: ellas y sus hijos.
Y esto me ha hecho recordar a las mujeres de Soyapango, un barrio a 7 Km. de El Salvador y los días que con ellas compartí. A continuación, dejo el relato donde recogí ,en el libro de Los Excluidos lo que allí vivimos, al igual que el documental donde ponemos rostro a estas valientes mujeres.
Sólo me queda añadir con gran satisfacción que aquello que vivimos hace más de 20 años, fue el comienzo de un bonito proyecto que fue creciendo y tomando forma. En las guarderías trabajaron con ahínco con las madres y les hicieron ver la importancia de la educación, y ellas soñaron con un futuro diferente para sus hijos, soñaron con que sus hijas no repitieran su propia historia. Desde los CINDES las acompañaron en todo el proceso educativo, crearon aulas de apoyo, equipos con las madres, becas de estudio… Hoy muchos de esos niños y niñas han terminado sus carreras universitarias y pueden acceder a un trabajo digno.
Pero lo que más me satisface es que las mujeres, a la vez que luchaban por un futuro para sus hijos. Las mujeres, las madres de aquellos niños, se empezaron a reunir, a hablar entre ellas, compartieron sufrimientos, carencias, sueños, esperanzas… Fueron conscientes de la violencia y la injusticia que vivían en al día a día, familiar, estructural… vieron que entre todas eran más fuertes y podían hacer frente al machismo imperante en sus vidas. Algunas de ellas formaron parte la compañía de teatro “la Cachada” dirigida por Egly Larreynaga. Egly fue a los CINDE a impartir un taller y allí vio el potencial de estas mujeres. Y formó esta compañía. Estuvieron en España, representando sus vidas, siendo las protagonistas de una obra que hablaba de la violencia machista, de violaciones, de carencias y de muchos sueños. Algunos se hicieron realidad. Y muchos gracias a la tan necesaria educación
La Cachada.Colgando al fondo los delantales típicos de las vendedoras de Soyapango.-Foto. Rocio Aguilera
VENDEDORAS AMBULANTES DE SOYAPANGO (Del libro de «Los Excluidos,)
Dieciocho años después volví a El Salvador, me reencontré con Jon Cortina y llegué al Departamento de Chalatenango, pero antes de hacerlo permanecí unos días en la capital que, afortunadamente, ya no estaba en estado de sitio.
Charo Mármol nos llevó al barrio de Soyapango, a siete kilómetros de la capital, donde Manos Unidas y el Comité Oscar Romero financian una guardería para 117 niños, hijos de viudas y mujeres solas que viven hacinadas con sus hijos en uno de los poblados más humildes y populosos de la periferia de San Salvador.
Algunas de estas mujeres procedían de Morazán y Chalatenango de donde salieron huyendo en la época del conflicto y llegaron a la capital con la esperanza de poder sobrevivir en la gran ciudad. Algunas quedaron viudas de hombres desaparecidos en la guerra de El Salvador. La mayoría fueron abandonadas por el padre de sus hijos.
Casi todas ellas construyeron sus barracas por las noches, con cartones, plásticos y trozos de uralita en terrenos de invasión, en una lucha desesperada por tener un trozo de tierra. Todas vivían en precario, sin titulo de propiedad, sin agua, algunas de ellas incluso sin luz. En esas míseras condiciones de vida es de gran ayuda para esas mujeres una guardería donde podían dejar a sus hijos mientras deambulaban por la ciudad con su mercancía. En el centro infantil se da acogida a niños de entre un mes y siete años de edad. Todos ellos son hijos de mujeres pobres, desempleadas, en situación de total marginalidad.
En El Salvador el cincuenta de los niños menores de cinco años están malnutridos. De cada mil niños que nacen vivos cuarenta y seis mueren antes de cumplir el año y sesenta y tres antes de alcanzar los cinco, afectados de enfermedades respiratorias y gastrointestinales.
En el mercado de Soyapango comprobé que había tres tipos de vendedoras: las que tenían un puesto fijo en el interior, al abrigo del sol y de la lluvia, y por tanto pagaban impuestos al Ayuntamiento. Las que tenían el puesto en el exterior y colocaban su “champa” cada día al amanecer, con unos plásticos sujetos con piedras y cordeles y finalmente estaban las vendedoras ambulantes que compraban en el mercado mayorista y se dedicaban a recorrer las calles ofreciendo su mercancía.
Lo que más me impresionó de ese mercado fue comprobar la solidaridad entre mujeres pobres. Las que tenían un puesto fijo, aunque fuera una miserable “champita” permitían a las vendedoras ambulantes que organizasen la mercancía en su modesto mostrador. Bien fuera picar la carne o preparar los pinchos que luego ofrecerían en las esquinas.
Marisa de Martínez, que dirigía el proyecto de la guardería, fue de una ayuda extraordinaria para nosotros, pues no sólo nos abrió las puertas del centro para que grabáramos todas las imágenes que necesitáramos, sino que me presentó a algunas de las vendedoras ambulantes para que me contaran sus vidas.
Charo le había explicado a Marisa que a mí me gustaba llegar a la raíz de los temas, entrar en profundidad en las historias personales, ponerle rostro y nombre en definitiva a los excluidos, a aquellos a los que nunca se les da la voz porque no protagonizan la historia oficial.
Marisa me presentó a unas cuantas mujeres que con sus confidencias hicieron posible que lo que hubiera podido quedarse en unas cuantas imágenes del mercado, se convirtiera en los más conmovedores testimonios de vida, de aquellas vendedoras que experimentaban en carne propia lo que es la feminización de la pobreza.
Patricia Guadalupe Crespo de treinta y un años, me contó que ella misma era hija de vendedora. De sus tres hijos dos los llevaba a la escuela cada día y la “tiernita” se quedaba en la guardería de Soyapango hasta que pasaba a recogerla a las tres de la tarde.
Patricia me mostró, para que Emilio pudiera obtener las imágenes, como montaba cada día su “champa”. Con unas cuerdas y unos grandes plásticos negros instalaba y quitaba cada día un precario toldo que la protegía del sol y del agua. “Me decidí a llevar a la “tiernita” a la guardería -me explicó Patricia- porque aquí la niña se me “asoleaba” y se enfriaba por la humedad. Pude comprobar como en el mercado se daban casos de extraordinaria solidaridad entre las mujeres pobres. Patricia permitía que Gladys, vendedora ambulante, preparase en su puesto la mercancía que luego ofrecería por la ciudad.
Gladys del Carmen Monterrosso se levantaba cada día a las cuatro y media de la madrugada para preparar la comida, llevar a sus dos hijos mayores a la escuela y dejar a los dos pequeños en la guardería. En navidad ofrecía por las calles banderines, cohetes, insignias y todo tipo de minucias.
Otros días vendía por las esquinas los pinchos de carne picada que Patricia le permitía preparar en una esquina de su quiosco y cuando estaba muy mal de dinero, dejaba a su hijo de once años encargado de recoger a los pequeños de la guardería y con el mayor, de doce años, se iba a vender ropa al mercado de Chalatenango. “Es agotador -subrayó Gladys- el niño y yo nos levantamos de noche para coger un autobús que tarda tres horas en llevarnos desde San Salvador a Chalatenango. Allí tenemos que estar antes de las ocho si queremos vender algo. Como tampoco tenemos allí puesto fijo vamos cargados todo el día con un maletín lleno de ropa y comemos unas cuantas “pupusas” al día hasta que regresamos extenuados por la noche a la capital. Al día siguiente tengo que empezar otra vez la misma lucha: llevar los niños a la escuela, los pequeños a la guardería, cocinar, lavar, planchar. A veces tan sólo me queda un rato libre la tarde del domingo, si es que todavía tengo ganas de pasear y disfrutar un poco porque muchas veces estoy angustiada pensando que tengo que pagar al prestamista el lunes”
Casi todas las vendedoras que conocí me contaron que vivían al día, endeudadas con los usureros que les prestaban quinientos pesos para comprar la mercancía. De ese dinero tenían que reintegrar cada día treinta pesos, con lo que en veinte días devolvían seiscientos pesos. Es decir, pagaban por los préstamos la desorbitante cantidad de un veinte por ciento en un corto plazo de tiempo
Casi todas tenían una historia semejante de pobreza y exclusión social. Valentina Martínez, de cincuenta y cinco años, parecía una anciana con el rostro surcado de arrugas.Cada día se levantaba a las cuatro y media para estar a las seis y media en el Mercado mayorista, a cinco kilómetros de Soyapango. Dejaba a su nieta pequeña en la guardería y trabajaba durante todo el día en su puesto de verduras. “De los nueve hijos que me quedan vivos -comentó Valentina con resignación- tengo todavía cinco a mi cargo, a los que estoy dando estudios”.
Valentina era de ese tipo de mujeres que se han pasado la vida cuidando a los demás, primero a sus padres, luego a su marido y sus hijos y ahora a sus nietos.
Alma Aurora García nos permitió que visitáramos su barraca. Llegamos allí a las seis de la mañana para hacer el seguimiento de una de sus jornadas. La chabola estaba construida con trozos de madera y uralita. Las dos habitaciones donde dormían estaban apenas separadas por una pared de cartones. Alma Aurora vivía en unos pocos metros con su madre, dos hermanas y los respectivos hijos de todas.
Vivían hacinadas, con la ropa amontonada en cajones. Todo olía a húmeda suciedad. A pesar de la indigencia las tres hermanas se prestaban mutuo apoyo. Alma preparaba a esas horas algo de comida para cuando regresasen del mercado. Carolina planchaban el uniforme de su sobrina mayor que, a pesar de tanta indigencia, se puso aquella mañana un impecable uniforme blanco lavado y planchado en precarias condiciones por su madre y su tía.
Glenda, embarazada de ocho meses despertaba a sus dos hijos pequeños. Una vez que las tres hermanas dejaron a sus hijos en la guardería, Carolina ayudó a su hermana a preparar las “pupusas”, ricas tortitas de maíz, rellenas de frijoles, que Alma vendería por las calles para poder sobrevivir.
Así transcurría la dura jornada de las vendedoras de Soyapango. A las tres de la tarde recogían a sus hijos, las que podían beneficiarse de la guardería, pero algunas de ellas, si no habían hecho suficiente venta durante el día, tenían que volver al mercado con los pequeños. Unos permanecían en una caja de cartón junto a su madre, otros se mecían en una improvisada hamaca colgada de los puestos, la mayoría se quedaba sobre esteras en el suelo entretenidos con un plátano mientras sus madres terminaban de trabajar»
En este documental «La mujer: el Sur de todos los nortes» , de TVE coproducido por Manos Unidas, a partir del minuto 20, se puede ver la historia de estas valientes y luchadoras mujeres, intentando romper el circulo de la pobreza
Hace unos días, con motivo de la muerte de Pedro Casaldaliga escribía mi primera entrada en este blog recordando mis dos encuentros con él.
Ahora me llegan noticias de un desalojo violento por parte de la Policía Militar de Brasil, del Campamento Quilombo Campo Grande en Minas Gerais al sudeste de Brasil. En este campamento vivían y trabajaban la tierra, desde hace más de 20 años, 450 familias del Movimiento Sin Tierra (MST) que ahora se encuentran en lucha y resistencia.
Esto me ha hecho recordar el desalojo de otro campamento del MST del que fuimos testigos en 1999 cuando me encontré por segunda vez con Casaldaliga y que quedó plasmado en el video que comparto al final de este escrito y en el capítulo que copio a continuación del Libro de “Los Excluidos”.
Han pasado 20 años pero sigue siendo necesario trabajar duramente para que los excluidos y excluidas del sistema liberal capitalista puedan vivir una vida digna. Y como dicen en su comunicado del 17 de este mes “No podemos callar ante este injusto proceder, donde la ambición sigue siendo el común denominador de nuestras sociedades, afectando sin consideración alguna a los pueblos”
LOS EXCLUIDOS DE LA TIERRA
Brasil es uno de los países más extensos del mundo. Se estima que tiene ochocientos millones de hectáreas cultivables de los cuales doscientos cincuenta millones pertenecen a la Administración Pública y doscientos ochenta y cinco están en poder de los grandes terratenientes.
Aunque la esclavitud fue abolida oficialmente en Brasil en 1888 cada año se descubren bolsas campesinas de servidumbre. Resulta asombroso que en pleno año dos mil un terrateniente brasileño haya sido acusado de retener a doscientos cincuentas esclavos vigilados por pistoleros
El hacendado brasileño Antenor Duarte do Vale, dueño de numerosas haciendas, ha sido acusado por la policía federal de tener presos a doscientos cincuenta hombres en una cárcel construida dentro de una de sus inmensas fincas.
Duarte fue procesado en 1995 por participar en el Estado de Rondonia en una matanza en la que fallecieron nueve campesinos y dos policías, pero fue absuelto por falta de pruebas. En la última ocasión la policía aseguró que existían pruebas para incriminar al terrateniente.
Cuando escribo estas líneas no puedo olvidar que fue el catalán Pedro Casaldaliga el primero en denunciar en 1977 este estado de cosas, por lo que el Obispo de Sao Felix de Araguaia escandalizó al Vaticano y sufrió varias amenazas de muerte. Por eso reencontrarme con él, diecisiete años después, me resultó tan emotivo. Ya no le perseguían los matones a sueldo y pude hacerle una nueva entrevista sin que me detuviera la policía brasileña. Bien es cierto que, en nuestro último encuentro, Casaldáliga me recordó que todavía en 1996, en Eldorado dos Carajás, diecinueve campesinos, mujeres y niños, que reclamaban su derecho a la tierra, murieron a manos de la Policía Militar. Casaldáliga sentenció, clarividente como siempre, “Del triunfo o de la derrota del Movimiento de los San Tierra depende que se haga una auténtica Reforma Agraria en Brasil”.
En su campaña de 1999 Manos Unidas denunció la esclavitud en el mundo y en la del 2000, el mal reparto mundial de la tierra, por lo que viajamos al Estado de Sao Paulo para entrar en contacto con las gentes del MST, uno de los movimientos sociales más importantes de América Latina. El MST está integrado por mujeres, hombres y niños que luchan por tener un pedazo de tierra para sobrevivir.
En Brasil el uno por ciento de los propietarios agrícolas acumulan el cuarenta y seis por ciento del suelo cultivable mientras que, más de veinte millones de campesinos luchan con la esperanza de no quedar excluidos de la sociedad, ni ser los desheredados de la tierra.
EL PATRÓN ME OBLIGO A CORTARME EL PELO
Estuvimos grabando en la Hacienda Piratuba, donde conocimos a Hilda Martín de Souza, una mujer emblemática de las luchas del MST y en la actualidad encargada de la cooperativa porcina.
Hilda, mestiza de madre india tapajó y padre portugués, me contó que a los trece años se fue sola desde Bahía a Sao Paulo para encontrar trabajo como empleada doméstica. Para obtenerlo tuvo que ocultar su origen indígena, olvidar la lengua materna, aprender el portugués y perder su más profunda señas de identidad. “Todavía me produce dolor cuando lo recuerdo -rememoró Hilda-. Yo tenía un cabello muy largo, como todas las mujeres indígenas. El mío llegaba más abajo de la cintura, pero el patrón me obligó a cortarme el pelo para que no se notara mi origen”.
Hilda se unió al Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra desde su nacimiento en 1984. Vivió todas las fases de lucha del MST que se resumen en su propio lema: Ocupar, resistir y producir. “Los Sin Tierra -especificó Hilda- ocupamos propiedades rurales que no están produciendo, inmensos latifundios dedicados exclusivamente al pasto de los ganados de los terratenientes. Viví dos años en una barraca de plástico y sufrí trece desalojos. En uno de ellos un niño murió en mis brazos. Hacía mucho frío, había mucha humedad y le dio una neumonía, El otro hermano murió a las cuatro de la madrugada en los brazos de la madre. Cogí al niño e intenté romper el cerco pero la policía no nos dejó salir ni para llevar a las criaturas al médico. La gente lloraba en aquella noche de sufrimiento. Después de dos años conquistamos la tierra. Fue una lucha conjunta y, por lo tanto, decidimos que nunca íbamos a dividir las tierras. Tuvimos siempre claro que si dividíamos la tierra estaríamos dividiendo la lucha. Y, hoy en día, estas tierras todavía son colectivas”.
Una vez ocupadas las tierras, habiendo resistido en ellas durante años, la tercera fase es la producción. Los momentos iniciales del asentamiento de las familias son difíciles, hasta que recogen las primeras cosechas.
Recorrimos parte de la Hacienda Pirituba de 8000 hectáreas, y comprobamos como, tras catorce años de lucha, habían creado cooperativas lecheras y agrícolas que daban de comer a dos mil personas.
En las huertas las manos de las mujeres parecían acariciar la tierra que les daba de comer. En sus dedos podía verse el sencillo anillo de cáscara del coco de la palmera Tucúm. Ese anillo, fabricado artesanalmente por los tapirapé y carajá, era el aderezo antiguo de los pueblos indígenas que pasó a ser, a partir de los procesos de liberación de América Latina, el símbolo de la alianza con la causa indígena y las demás luchas populares. Durante la Dictadura Militar llevar ese anillo era motivo suficiente para ser detenido.
Nos mostraron también las sencillas y dignas viviendas que habían construido en el asentamiento para aquellos que durante años no tuvieron ni tierra, ni techo ni nada. Visitamos la vivienda de María Antonia Macedo que, junto con su familia, estuvo un año en una barraca y sufrió once desalojos. “Cuando llegamos aquí -señalo María Antonia- no tuvimos que pagar nada durante dos años. Luego compramos la casa con el maíz que conseguimos cultivar. Tardamos doce años en obtener la vivienda a cambio de seiscientos kilos de maíz”.
Antes de abandonar la Hacienda Pirituba pasamos por la cooperativa porcina para despedirnos de Hilda que estaba preparando comida caliente para quienes llevaban veinte días de ocupación en la Hacienda Río Verde de Itararé. Hilda levantó la tapa de una gran olla y me enseñó orgullosa lo que estaba cocinando en apoyo y solidaridad con la lucha del campamento: “Todo lo que hay aquí está producido por nosotros: el arroz, los frijoles y las salchichas. Todo ha salido de nuestro trabajo en este asentamiento”.
MATAR EL HAMBRE DEL PUEBLO
Cuando llegamos al campamento pude comprobar la dureza pero sobre todo la grandeza de la lucha de Los sin Tierra. La hacienda estaba tomada por familias que habían instalado allí sus barracas montadas sobre cuatro estacas y unos plásticos negros. “Es muy difícil esta lucha -me comentó un campesino- Estamos debajo de las lonas y los plásticos, con los niños enfermos. Hay que tener mucho coraje para enfrentarse a una situación así. Si no se tiene resistencia se abandona porque esta lucha puede durar años. Pero fuera del MST se sufre todavía más porque no hay empleo y el gobierno no ayuda.”
Me impresionaba profundamente pensar que había sesenta mil familias más repartidas en campamentos diseminados por toda la geografía brasileña, con la incertidumbre de saber si el poder judicial legalizaría o no su situación.
Me fijé en una larga fila de personas que esperaban su ración de arroz y frijoles y me llamó especialmente la atención la mirada de Lourdes Santos, en cuya geografía facial podían verse los surcos, la erosión y la dignidad marcados en el rostro de los Sin Tierra: “Los que estamos en el proceso de ocupación subsistimos gracias al apoyo de los que están en los asentamientos – aclaró Lourdes- Nos traen alimentos para atender las necesidades de las madres que vienen con niños pequeños y para todos los que están con hambre y no tienen comida. Los de los asentamientos son los primeros que se preocupan de nosotros. Montan cocinas comunitarias para matar el hambre del pueblo”.
En la realización o no de la Reforma Agraria está en juego la concepción misma del país y la sociedad brasileña. Luis Carlos Román, perteneciente a la Dirección Regional del MST fue muy explícito: “Al final de la dictadura militar, en la década de los setenta, surgió el MST, haciendo una lucha organizada de ámbito nacional, con tres objetivos bien claros y definidos: la lucha por la tierra, la lucha por la Reforma Agraria y la lucha por la transformación de la sociedad”.
Además del arroz y los frijoles los Sin Tierra habían sacrificado una vaca de la hacienda ocupada que se estaban comiendo al más puro estilo campestre, asada sobre troncos en improvisadas parrillas. Conscientes de que les esperaban meses de hambrunas organizaron una pequeña fiesta cantando el himno del MST y repartiendo espetones de deliciosa carne churruscada que compartieron con los miembros del equipo de TVE
Entre los campesinos destacaba un hombre negro, alto, de barba blanca, grandes ojos y un distinguido aspecto físico, aunque la manta que le cubría delataba su absoluta pobreza. Andrés dos Santos era un excluido de la sociedad urbana, que había vivido durante años debajo de los puentes de la ciudad de Sao Paulo, arropado por cartones y una manta. “A la lucha de los Sin Tierra -aclaró Andrés- se están uniendo también los Sin Techo. El MST nos ha devuelto la esperanza de luchar por algo a quienes vivíamos en la marginalidad de la gran ciudad, sin tener dinero tan siquiera para poder alquilar una habitación. En la gran ciudad la pobreza es aún más sórdida que en el campo”.
A media mañana llegaron noticias desde Itararé de que la policía estaba dispuesta a desalojar la Hacienda Río Verde. Se produjo un momento de mucha tensión, el Coordinador Regional del MST, Delwek Matheus, declaró desafiante: “Quiero ver si la policía procesa a mujeres, niños, ancianos y hombres que han matado a las vacas porque tenían hambre”.
Matheus convocó a los Sin Tierra para explicarles el punto en el que se encontraba la situación. Mientras el militante del MST hablaba hice una presentación de esas que tienen fuerza porque reflejan un momento vivo e irrepetible. Emilio Polo me encuadró en el ángulo derecho de la ventanilla de la cámara y en el izquierdo compuso la imagen con un mar banderas rojas del MST que ondeaban al viento. Justo detrás de mí, en primer término, estaba un campesino con el torso desnudo y la hoz sujeta en alto y apoyada en su cintura. La imagen era impactante porque aquellas hoces, que eran instrumento de trabajo para segar mieses y hierbas, se convertían simbólicamente en objetos de posible defensa. Las hojas aceradas y curvas, de dientes agudos y cortantes por la parte cóncava, adquirían una dimensión absolutamente amenazante.
Recordé las imágenes de las luchas campesinas de 1900 recreadas magistralmente por Bernardo Bertolucci en la película “Novecento” y también vinieron a mi memoria las fotografías en blanco y negro que el maestro Sebastiao Salgado había captado en los momentos siempre dramáticos de la invasión de una hacienda. Y ahora me encontraba allí, viviendo en directo un momento único, exponente de la fuerza profunda, la capacidad de lucha y resistencia y la rebeldía ante la injusticia de los Sin Tierra. Como en otros momentos, vividos desde la más absoluta pasión y compasión, en el sentido de acompañar a los otros, sentí que todo se me removía por dentro, identificada como estaba con aquellos ideales y creencias. Como tantas veces he dicho me sentí “guerrilerra de la palabra” con las cámaras, los micrófonos que doy a los que no tienen voz y mi propia voz unida a la de los que no la tienen.
TIERRA, MAÍZ, ARROZ Y FRIJOLES
Llegó Vanda Rodríguez de la Dirección Estatal del MST y trajo malas noticias: “Están dispuestos a desalojar violentamente -aseguró la militante del MST- dicen incluso que van a bombardear…”
Charo me miró con cierta expresión de alarma como quien pensaba que estábamos allí para reflejar el apoyo que Manos Unidas ofrecía al MST, financiando una de sus escuelas, pero que no habíamos llegado hasta allí para hacer periodismo de guerra. Traté de suavizar la situación diciendo que me parecía un poco alarmista la información, aunque yo misma había sufrido años atrás la brutal violencia de la policía brasileña…
Vanda dirigió a los campesinos y empezó por no olvidar en sus consignas el papel de las mujeres: “Lo más importante en la organización del Movimiento Sin Tierra es el pueblo, es el militante, es aquel que aprende en el día a día que la lucha es una necesidad básica para que podamos hacer la transformación hacia una sociedad más justa. Vanda terminó vitoreando con el puño en alto: “Mujer consciente la lucha por delante”.
Las malas noticias del posible desalojo violento se habían difundido rápidamente y a las puertas de la hacienda empezaron a llegar periodistas brasileños a quienes las autoridades locales no permitieron entrar porque se esperaba la visita de un representante del Gobierno. Con todo derecho mis colegas empezaron a protestar desde la valla que cercaba la hacienda. Supuse que, en plena democracia, la policía quiso guardar las formas y no se atrevió a “desalojar” a un equipo de televisión que podía transmitir “mala imagen” en el extranjero de un Gobierno presidido por Fernando Enrique Cardoso, que fue hombre de izquierdas y Catedrático de Sociología en la Sorbona de Paris, y al que no podía negársele el mérito de haber tenido el coraje, cuando llegó a la Jefatura del Estado, de reconocer que en Brasil todavía había esclavos.
Cuando el representante del Gobierno llegó a la Hacienda y advirtió nuestra presencia no pudo evitar un gesto de contrariedad. No obstante, se prestó a que le hiciera una entrevista en la que me habló muy extensamente, y con mucha diplomacia, sobre el complejo tema de las tierras en Brasil.
El responsable máximo del INCRA (Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria) se dirigió a los campesinos que tenían sus hoces proyectadas contra el cielo. Gilmar Viana, Director de Conflictos Agrarios, fue muy explícito: “Sólo hay dos alternativas: o expropiar e indemnizar, o comprar. Si la tierra resulta improductiva pueden tener la certeza de que el INCRA discutirá en la justicia, pero si la tierra es productiva sólo podemos comprar a los dueños de las haciendas si ellos quieren vender. Si es así el Gobierno aceptará el compromiso de comprar”.
Finalmente, para evitar un desalojo violento, los dirigentes del MST decidieron levantar el campamento. Se produjo un momento de profunda tristeza y una celebración impregnada de misticismo. Fue una auténtica comunión con la Madre Tierra. Uno de los campesinos empezó a repartir entre los congregados granos de maíz, arroz y frijoles. Los Sin Tierra tenían extendidas las manos, en las que el compañero depositaba aquello por lo que luchaban: la tierra y las semillas. Charo y yo, que también estábamos profundamente emocionadas, recogimos unos cuantos granos que guardo en mi casa junto con arena del desierto, donde en otros momentos de mi existencia he vivido situaciones límite, de esas que te dejan marcada para siempre.
Por indicación de los dirigentes del MST todas las familias empezaron a desmontar el campamento para que los representantes del Gobierno pudieran hacer el estudio y decidieran si las tierras eran o no productivas.
Mientras recogía las ropas de su bebé y desmontaba los plásticos de su tienda, Maria Aparecida da Silva enumeró: “Con éste son ya cinco los desalojos que he tenido que hacer en un sólo año”.
Desocuparon el área y se llevaron sus escasas pertenencias en un camión y varios tractores. Salieron de la hacienda y se situaron a pocos kilómetros en un pastizal. Los hombres empezaron rápidamente a montar de nuevo las barracas, pero muchos no tuvieron fuerzas para rehacer las tiendas tras aquel intenso día lleno de amenazas, inquietudes y tensiones.
Como estaba oscureciendo quemaron las hierbas para espantar a las serpientes. Las mujeres con niños pequeños permanecían con ellos en los brazos, acurrucadas junto a sus míseras y escasas posesiones. El panorama era desolador. Todos sabían que les esperaba un duro camino por recorrer.
Las mujeres más jóvenes y fuertes contribuían a cavar agujeros y clavar los palos en ellos. Cuando algunos ya tenían montada la tienda llegaron emisarios de la finca cercana para informarles que aquel terreno tenía dueño y no podían instalarse en el. Puesto que ya habían desalojado pacíficamente la hacienda invadida, decidieron marcharse también de allí para evitar conflictos innecesarios con la policía. Casi todos ellos durmieron aquella noche a la intemperie.
A la mañana siguiente se instalaron en la carretera, en terreno de nadie. Mientras nos íbamos le pedí a Emilio que hiciera desde el coche un travelling para terminar el documental con aquellas imágenes estremecedoras: mujeres, niños, hombres, macilentos, ateridos, con el sufrimiento de siglos marcado en el rostro. Cuando llegué a Madrid, en la sala de edición sobreimpresioné dos imágenes para terminar el programa que titulé “La lucha por la Tierra” de mi serie “Los Excluidos”.
La secuencia final era aquel recorrido por las barracas, los agujereados techos de negros plásticos deteriorados por las lluvias y el implacable sol, los niños correteando descalzos y semidesnudos por la carretera, el trasiego de quienes montaban aquellas improvisadas tiendas para protegerse del viento, la lluvia y las inclemencias de la naturaleza en suma. Superpuse a esas imágenes la de Lourdes Santos en un primerísimo plano componiendo con la acerada hoja de la hoz. Aquel rostro, marcado por el sufrimiento, pero también por la firme resolución de combatir la injusticia, era, en su profunda dignidad, la representación más elocuente de los Sin Tierra.
Visionaba una y cien veces aquellas imágenes para darles el ritmo y la cadencia precisos para que, en apenas unos minutos, transmitiesen al espectador la intensa experiencia que yo había tenido el privilegio de vivir en directo. Era mi forma de hacer algo por los SinTierra. La lucha de ellos era mucho más larga, tendrían que esperar meses, quizá años, pero sabía que resistirían allí, al borde del camino, hasta poseer la tierra, y aquella certeza me producía una íntima y profunda alegría de vivir…”
(Texto extraído del libro “Los Excluidos” Editorial RBA. Año 2000)
El documental está grabado en El Salvador, Guatemala y Brasil. Presenta el injusto reparto de la tierra, sus consecuencias y la lucha de distintas organizaciones, como el MST- Movimiento de los Sin Tierra de Brasil (a partir del minuto 28)
No hay nada más subversivo que los/las trabajadores diciendo: de aquí no salimos, esta TIERRA es NUESTRA. Nuestra solidaridad con las familias del Quilombo Campo Grande, que desde ayer se resisten valientemente a las atrocidades de una policía cobarde, criminal e inhumana. NUEVO desgobierno está promoviendo bárbaramente una masacre. ¡Nuestro llamamiento es por el derecho a la vida digna!
DespejoNão #ZemaCovarde #QuilomboResiste
. CARTA ABIERTA DE LOS ESTUDIANTES DE LA MAESTRÍA EN TEOLOGÍA LATINOAMERICANA DE LA UCA-EL SALVADOR EN APOYO A QUILOMBO CAMPO GRANDE.
Desde muchos rincones de América Latina a 17 de agosto de 2020
Compas, sociedad civil, organizaciones e instituciones:
Expresamos nuestra solidaridad con las familias del Campamento Quilombo Campo Grande en Minas Gerais al sudeste de Brasil, por el acoso, desalojo violento, destrucción de cultivos y de la Escuela Popular Eduardo Galeano, por parte de la Policía Militar, del judiciario y del gobierno de Romeu Zema, desde el 30 de julio; además de las detenciones arbitrarias hacia las personas que han levantado la voz ante esta injusticia.
Desde hace más de 20 años estas familias están en lucha y resistencia, en la salvaguarda de sus tierras, las cuales han sido trabajadas para la producción de diversos cultivos, entre ellos el reconocido café Guaií.
Rechazamos rotundamente el abuso y la opresión. No podemos callar ante este injusto proceder, donde la ambición sigue siendo el común denominador de nuestras sociedades, afectando sin consideración alguna a los pueblos.
Les invitamos a hacer eco de los que históricamente han sido silenciados. Y en palabras de uno de nuestros compañeros parte de este movimiento:
[…] Como diría nuestro obispo Pedro Casaldáliga: en amor, fe y revolución no hay neutralidad que sea posible.
La iniquidad de los grandes no debe derribar nuestros ánimos, sino radicalizar nuestra opción por los débiles y pequeños que hacen enojada nuestra esperanza.
Unamos medio muertos, derrotados y fracasados que somos… juntos podemos tener más muertes, derrotas y fracasos que ellos. Pero juntos también tenemos más vida, lucha, firmeza y coraje”
Escribimos con la convicción de que otro mundo es posible, desde abajo y en los últimos de nuestra sociedad, compañeros y compañeras todos.
La Escuela Popular Eduardo Galeano del Quilombo Campo Grande, en Minas Gerais (Brasil), ha sido destruida por la Policía Militar dentro del operativo de expulsión de las 450 familias que formaban el campamento del MST (Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra) que cultivaban la tierra desde hace 22 años, produciendo ecológicamente. La salvaje acción, que se extendió durante 60 horas utilizando gases lacrimógenos, forma parte de la ofensiva del gobierno Bolsonaro y de los grandes oligarcas brasileños contra las clases populares y los pueblos indígenas. Intelectuales de dimensión mundial como Noam Chomsky, Vijay Prashad y otros, así como muchos colectivos y organizaciones, se han solidarizado con las víctimas y condenado estos acontecimientos. Me uno a la indignación y a la condena.
A lo largo de mis años de profesión y mis viajes por distintas partes del mundo me he encontrado con misioneras y misioneros con los que me he sentido muy identificada. Aunque soy agnóstica y así lo he declarado públicamente en muchas ocasiones, siempre he respetado y admirado a las personas que desde su fe luchan por la justicia y la igualdad. Entre ellas ocupa un lugar preferencial Pedro Casaldáliga, recientemente fallecido y con el que tuve la suerte de encontrarme en dos ocasiones.
Casaldáliga tuvo conmigo un trato entrañable y favoreció todo lo posible mi trabajo. En mi libro “Los Excluidos”, relato detalladamente lo que supusieron para mis esos dos encuentros.
Este es mi pequeño homenaje a este gran hombre que vivió y murió entre los más pobres y desfavorecidos buscando para todas y todos un mundo más justo e igualitario.
“En 1983 cuando comencé a rodar mi primera serie de “Los Marginados” volví a Brasil con la intención de encontrarme con el sacerdote Pedro Casaldaliga, que vivía en plena selva del Mato Grosso, en la pequeña localidad de Sao Félix, al borde del caudaloso río Araguaia. Quería contar a través de él la lucha de los campesinos brasileños para no ser despojados de sus tierras por los poderosos hacendados y las grandes empresas multinacionales, así como la patética lucha de los indios brasileños por sobrevivir como cultura. Nadie mejor que él como hilo conductor de mis documentales." (1)
En 1968 el claretiano Casaldáliga, creó una misión en ese perdido lugar del mundo, en las salvajes tierras del Mato Grosso, donde en aquel entonces no había luz, ni agua, tan sólo serpientes, malaria, unos aislados grupos de indios carajá y tapirapé y unos cientos de “posseiros” o campesinos que tienen el usufructo de la tierra sin ser legalmente propietarios de ella.
Cuando Casaldáliga llegó al valle del Araguaia acababan de abrir la primera carretera roja y polvorienta, no llegaba el correo ni había telégrafo, y la presencia múltiple y avasalladora de la enfermedad y la muerte en la región, le hicieron luchar inmediatamente en defensa de los labradores, los indios y los peones que sufrían la expoliación de sus tierras, la marginación, el hambre y el analfabetismo.
Los campesinos vivían, y continúan haciéndolo, en inmensos latifundios de hasta doscientas mil hectáreas. Las relaciones eran entonces - y continúan siéndolo- de auténtica esclavitud ya que no podían salir del latifundio, se les pagaba en vales en vez de con dinero y se veían obligados a comprar los alimentos en la propia tienda de la hacienda que imponía unos precios exagerados. Cuando querían huir eran asesinados por lo pistoleros a sueldo de los grandes patrones.
En aquellos años ya empezaba a ser vendido el Mato Grosso y la Amazonia sobre el mapa, a cartabón y escuadra, repartida la selva entre los capitalistas de Sao Paulo y las empresas multinacionales que contrataban a los pistoleros para “limpiar la selva” de campesinos establecidos por su cuenta y, fundamentalmente, de indios.
El obispo de los desheredados del Araguaia.
En 1972, siendo ya obispo de Sao Felix, Casaldaliga escribió una pastoral titulada “Una Iglesia de Amazonia en conflicto con el latifundio y la marginación social”, en la que denunciaba la situación de los peones que eran “comprados” fraudulentamente en el norte y centro del país y utilizados en las plantaciones como mano de obra barata.
Esa pastoral le puso definitivamente en contra de los latifundistas y la Iglesia oficial. El entonces Presidente brasileño, Ernesto Geisel, quiso expulsarle del país, pero no se atrevió por temor a tener un conflicto con el Vaticano.
Los latifundistas decidieron asesinarle y contrataron a un tal Benedito “Boca Caliente” para que matase a Casaldáliga por unos mil cruzeiros, unas quinientas pesetas de entonces. Le entregaron un revolver y un billete de salida, pero el pistolero se arrepintió y contó la historia al propio Casaldáliga. Sin embargo otros sacerdotes compañeros de Pedro no tuvieron la misma suerte, en 1973 en una operación de auténtico terror contra él y su equipo, Sao Felix fue invadida por los militares que torturaron y asesinaron a algunos de sus colaboradores.
Diez años después de esos acontecimientos, cuando conocí a Casaldáliga los “fazendeiros”- los dueños de las grandes haciendas- continuaban sembrando el terror en una tierra en la que era más fácil morir y matar que vivir. Para los latifundistas la vida de un peón vale menos que una cabeza de ganado, los “desbravadores” de la Amazonia no suelen llegar a los cincuenta años, víctimas de deshidratación, malaria, hepatitis y verminosis.
Los indios Carajas quisieron tirarnos al río
Además de mostrar las penosas condiciones de vida de los campesinos brasileños, quería también hacer un documental sobre unos de los más terribles genocidios de las últimas décadas: la práctica desaparición de los indios brasileños que ascendían a siete millones en la época del descubrimiento de América y que en la actualidad no pasan de doscientos mil.
Tristemente famosas han sido las matanzas de indios en Brasil a cargo de los pistoleros a sueldo que limpiaban la selva de nativos para que los latifundistas pudieran explotar las tierras que, desde siempre, habían pertenecido a los indígenas.
Pedro Casaldáliga no es de esa clase de misioneros que fueron a América dispuestos a cristianizar a los indios, sino que desde su llegada a “Amerindia”, como él denomina a América Latina, integró las creencias y tradiciones de los indios y en su iglesia de Sao Felix había plumas, cestos y arcos de los indígenas, en un proceso clarísimo de sincretismo religioso.
Organizamos con Pedro Casaldáliga un viaje de cinco horas de duración en motora a lo largo del río Araguaia para visitar a los indios tapirapé, una tribu en vías de extinción que, gracias a las hermanas del Padre Faucould que vivian con ellos y al propio Casaldáliga, había pasado en 1983 de ser 42 indígenas a 182.
Las comunidades indígenas son muy herméticas en general pues desconfían, y con razón, de los blancos. Sólo gracias a Casaldáliga, que llevaba muchos años visitándoles, conseguimos el permiso para entrar en una aldea tapirapé, pueblo indígena de la familia de los Tupí. Pero durante el trayecto cometimos el error de filmar una aldea carajá desde el río, sin tan siquiera bajarnos de la propia motora. La disposición de estos indios no fue favorable a nosotros. Salieron en sus barcas en nuestra persecución con el ánimo de tirar las cámaras al agua, según nos enteramos posteriormente.
Como no nos dieron alcance porque nuestra motora era más rápida, continuamos río arriba hacia la aldea de Lusiara, cuyos pobladores, también carajás, eran amigos de Casaldáliga.
Mientras visitamos la aldea nos llegó la noticia de que los carajá del poblado anterior habían decidido esperar nuestro regreso, pues no teníamos otra alternativa que volver río abajo.
Ante el cariz que tomaron los acontecimientos decidimos regresar para hablar y pactar con el jefe del poblado anterior, pero todos los elementos empezaron a jugar en contra nuestra, desencadenándose una terrible tormenta tropical. A pesar de los plásticos en los que nos envolvimos, la cortina de agua que caía del cielo logró empaparnos e inundar la motora. Recuerdo que con una mano contribuía, junto con mis compañeros, a achicar el agua y con la otra protegía las cámaras contra el cuerpo.
Extenuada por las cuatro horas de viaje bajo la lluvia, con todo el cuerpo empapado y las manos y las piernas llenas de barro, inicié una larga y penosa conversación con Maluaré Carajá, jefe de la tribu de los indios carajá de la aldea de Santa Isabel, a quien, con mis mejores dotes diplomáticas, traté de convencer de que estábamos haciendo un programa a favor de su pueblo.
El entendimiento fue imposible porque se encontraba presente un funcionario de la FUNAI (Fundación Brasileña de Protección al Indio), que había mentalizado a los indígenas para que no se dejasen filmar por ningún extranjero. Medida muy respetable si hubiera pretendido la auténtica protección del indio y no el encubrimiento de las reales condiciones de vida de los mismos.
Detenida por la policía brasileña y velada la película.
Cuando tras aquellos dos días de viaje por el río Araguaia a la búsqueda de los indios tapirapé, a los que en aquella ocasión no llegué a ver, regresamos a Sao Felix y nos encontramos con la policía que había allanado nuestras habitaciones, registrando el material y revuelto mi documentación.
El Jefe de Policía Ruy Aparecido, nos retiró los pasaportes y nos acusó de tener armas en la habitación. Ante mi viva protesta y la amenaza de que me pondría en contacto con mi Embajador nada más llegar a Brasilia, el Inspector bajó de tono y reconoció que ellos no habían encontrado armas en nuestra habitación pero que nos habían acusado porque los indios, que nos vieron pasar por el río, había confundido la funda del trípode de nuestra cámara con un fusil.
Tras el detenido examen de mi pasaporte en el que figuraba un sello de El Salvador, otro de Cuba y uno de Nicaragua, entre muchos, el inspector me acusó de intentar crear una célula comunista en aquella zona, de todo lo cual pensaba informar a Brasilia.... Y lo hizo porque cuando logré salir de lo que en aquel momento me pareció un auténtico infierno verde, fui detenida en Brasilia. La policía federal, una vez comprobada mi auténtica identidad de periodista y no de simple turista como había querido hacer creer, decidió detener al equipo de TVE, a nuestro paso por la capital brasileña. En esa ocasión la policía hizo un despliegue de lujo como si fuéramos auténticos terroristas. Nos detuvieron en un hotel de Brasilia, donde llegaron dos furgonetas con siete hombres armados que, a culetazos, nos metieron en los coches policiales y nos llevaron a la temida DOPS.
Cuando estuvimos en manos del comisario no hicieron más que someternos a un rutinario interrogatorio que apenas duró una hora. Ante mi sorpresa nos dejaron continuar camino de Bahía. Eran los tiempos de la dictadura brasileña, se jugaba el mundial de futbol en Madrid, con grandes posibilidades de que la selección brasileña quedara campeona , y no hubiera resultado politicamente correcto detener o maltratar a un equipo de TVE. La policía brasileña fue muy sutil, optó por velar todo el material. En total siete mil metros de película, cuarenta y cinco día de filmación y tres posibles documentales destruidos... Así empecé mi primera serie de “Los Marginados” Tuve que luchar mucho para convencer a los directivos de TVE para que me permitieran continuar viajando.
Vivir, matar, morir en el Matto Grosso
En 1998 volví a entrar en ese país que me atrae casi obsesivamente. Manos Unidas me daba la oportunidad de volver a Brasil, concretamente al Valle del Araguaia, para entrevistar a Pedro Casaldáliga y hacer un documental sobre los pueblos indígenas a los que intenté filmar diecisiete años antes. Iba acompañada por Charo Mármol, en ese momento coordinadora del Departamento de Comunicación de la ONG y con el equipo de TVE.
Fue como reencontrarme con mi propia historia, algo así como cerrar uno de los muchos círculos inacabados que una va dejando a lo largo de la vida. Me emocionó profundamente volver a verle. A pesar de ser Obispo continuaba viviendo en la pobreza más absoluta en una casa de ladrillo visto, los techos de uralita y los alimentos guardados en la despensa en viejas latas recicladas. Mantenía la cabeza clara, el verbo fácil y la misma actitud crítica frente a los poderosos, en defensa siempre de los excluídos de la sociedad neoliberal.
Sólo encontré que había perdido algo de oído por los ataques de paludismo sufridos a lo largo de la vida. Una parte de la entrevista la hicimos precisamente en la Catedral de Sao Felix, donde los doce apóstoles están representados por doce columnas del árbol de la quinina, producto con el que se combate la malaria, enfermedad endémica que afecta a trescientos millones de seres humanos en el mundo. En el área tropical del Planeta, donde mueren unos tres millones de personas al año a causa de esta dolencia.
Un atardecer Pedro Casaldáliga ofició una misa a orillas del Araguaia, en el viejo cementerio, donde tantas veces había visto enterrar a niños en cajas de cartón. Había un emotivo clima de fervor y misticismo. Casaldáliga elevó los brazos al cielo en un gesto suyo muy singular mitad implorante, mitad demandante y, como siempre recordó a los desheredados de la tierra: “En este cementerio viejo enterramos a aquellos peones, muchos de ellos asesinados, sin nombre, sin familia, sólo tenían apodo: El Chico, El Negro, El Bahiano...”
Al despedirnos Casaldáliga me regaló su último libro de poemas “Todavía estas palabras” con una hermosa dedicatoria que se me metió en el alma: “Para Carmen Sarmiento, ojos, palabra y corazón de Solidaridad” Cuando salí de Sao Felix las lágrimas me apuntaban en los ojos, por todo lo que había vuelto a encontrar, por esa mirada al interior de mi propia vida, por todo el camino que me quedaba por recorrer en el corazón de Brasil.
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Cuando escribo estas líneas no puedo olvidar que fue el catalán Pedro Casaldáliga el primero en denunciar en 1977 este estado de cosas, por lo que el Obispo de Sao Felix de Araguaia escandalizó al Vaticano y sufrió varias amenazas de muerte. Por eso reencontrarme con él, diecisiete años después, me resultó tan emotivo. Ya no le perseguían los matones a sueldo y pude hacerle una nueva entrevista sin que me detuviera la policía brasileña. Bien es cierto que en nuestro último encuentro, Casaldáliga me recordó que todavía en 1996, en Eldorado dos Carajás, diecinueve campesinos, mujeres y niños, que reclamaban su derecho a la tierra, murieron a manos de la Policía Militar. Casaldáliga sentenció, clarividente como siempre, “Del triunfo o de la derrota del Movimiento de los San Tierra depende que se haga una auténtica Reforma Agraria en Brasil” (1).
Parte de esta historia queda recogida en el documental “Indígenas en lucha por la supervivencia” coproducido por Manos Unidas y TVE
(1) Extraído del libro de “Los Excluidos”, Editorial RBA año 2000